VEN, VAMOS JUNTOS!

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Inicial a partir de 2 años y Primaria. Colegio Cristiano de Florida. EDUCACIÓN VIVA Y EN AMOR

sábado, 25 de marzo de 2017

Visita a la Usina de OSE

Vídeo de la salida didáctica con estudiantes de Inicial 3 y 4, Inicial 5, 1º, 2º y 3º.
Conociendo las instalaciones de Usina y Bombeo de OSE.



jueves, 23 de marzo de 2017

No mistério do sem-fim


silky owl butterfly, Taenaris catops (2):

No mistério do sem-fim
Equilibra-se um planeta
E, no jardim, um canteiro
No canteiro, uma violeta
E, sobre ela, o dia inteiro
A asa de uma borboleta


- Cecília Meireles

martes, 21 de marzo de 2017

DÍA 21 DE MARZO DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON SÍNDROME DE DOWN

En el Día internacional del síndrome de Down, sumate a la campaña Rompemitos

NIETZSCHE Y LOS NIÑOS


Backyard Discovery : Donald Zolan's Oil Paintings of Early Childhood 2 painting_children_childhood_kjb_DonaldZolan_30BackyardDiscovery_sm - Wallcoo.net:


Early Childhood (Vol.01) : Donald  Zolan Paintings of Heartwarming Childhood Innocence  - Childhood Innocence :  Touching the Sky  , Donald  Zolan Painting  5:






Por ocasión al propósito de la máquina educacional de transformar niños en adultos, Nietzsche sugería el contrario y decía que “La madurez de un hombre es encontrar otra vez la seriedad que tenía cuando era niño, jugando”.


Desanimado con la estupidez de los adultos, él escribió: “Me gusta estar sentado donde los niños juegan, al lado de la pared agrietada, entre los cardos y las rojas amapolas. Para los niños, todavía soy un sabio, también lo soy para los cardos y las amapolas rojas”. Los adultos no lo entendían porque él escribía como niño.
Dios es alegría. Un niño es alegría. Dios y un niño tienen esto en común: ambos saben que el universo es una caja de juguetes. Dios ve al mundo con los ojos de la niñez. Está siempre buscando compañeros para jugar. Los grandes, los malos y perversos, piensan que Dios es como ellos, con ojos de mirada malvada, que practica espionaje en todos los lugares, para castigar. Pero vos sabes que así no es.
Por supuesto que las funciones adultas son necesarias: ellas son herramientas, medios de vida, entidades de la Feria de Utilidades. Ellas necesitan ser desarrolladas para la Niñez Eterna juegue mientras vida, sin lastimarse…
Sueño con el día en que los niños que leen mis pequeños libros no tendrán de subrayar dígrafos y encuentros consonantares y en que el conocimiento de obras literarias no será objeto de exámenes o parciales: los libros serán leídos por el simple placer de la lectura.
No evalúo a los niños en función de saberes. Son los saberes que deben ser evaluados en función de los niños. Es eso lo que distingue un educador.
Un educador no está a servicio de los saberes. Está a servicio de sus alumnos: “Aquel que es un maestro, realmente un maestro, lleva las cosas en serio – eso incluye a el mismo – solamente en relación a sus alumnos”, (Nietzsche).
Sugiero una inversión pedagógica: los grandes aprendiendo de los pequeños. Un profeta del Antiguo Testamento resumió esa pedagogía invertida en una corta y maravillosa frase: “y un niño pequeño los guiará” (Isaías 11.6). Son los niños que ven las cosas – porque ellas logran ver siempre como si fuera la primera vez, con espanto, con asombro de que ellas sean como son. Los adultos, de tanto verlas, ya no las perciben más. Las cosas – las maravillosas – quedan banal, vulgar o de poca importancia. Ser adulto es ser ciego.



Rubem Alves, traducido y adaptado por Ozeias Bitencourt
Aperitivo extraído del libro “Universo à Jabuticaba”, Editora Planeta, 3ª Edição, Páginas 50/51.  

viernes, 17 de marzo de 2017

LA OMNIPRESENCIA DE LA PÉRDIDA

BLYTHE


"...El parque Steglitz rezumaba vida en los albores del verano. 

Un regalo. 

Y Franz Kafka la absorbía, como una esponja, viajando con sus ojos, arrebatando energías con el alma, persiguiendo sonrisas entre los árboles. 

Él también era uno más entre tantos, solitario, con sus pasos perdidos bajo el manto de la mañana. 

Su mente volaba libre de espaldas al tiempo, que allí se mecía con la languidez de la calma y se columpiaba alegre en el corazón de los paseantes. 

Aquel silencio... 

Roto tan sólo por los juegos de los niños, las voces maternas de llamada, reclamo y advertencia, las palabras sosegadas de los más próximos y poco más. 

Aquel silencio... 

El llanto de la niña, fuerte, convulso, repentino, hizo que Franz Kafka se detuviera. 

Estaba muy cerca de él, a pocos pasos, y no había nadie más a su alrededor. No se trataba, pues, de una disputa entre pequeños, ni de un castigo de la madre, ni siquiera de un accidente, porque la niña no tenía signos de haberse caído. 

Lloraba de pie, desconsolada, tan angustiada que parecía reunir en su rostro todos los pesares y las congojas del mundo. 

Franz Kafka miró arriba y abajo. 

Nadie reparaba en la niña. Estaba sola. Se quedó sin saber qué hacer. Los niños eran materia reservada, entes de alta peligrosidad, un conjunto de risas y lágrimas alternativas, nervios y energías a flor de piel, preguntas sin límite y agotamiento absoluto. 

Por algo él no tenía hijos. 

Pero todo aquel sentimiento... 

La niña tendría unos pocos años. Le resultaba difícil calcular cuántos. La edad de las niñas pequeñas era un misterio. 

Sí, exacto, justo esa edad indefinible en la que siguen siendo lo que son aun estando en el umbral del siguiente paso. 

Vestía con pulcritud, botitas, calzones, camisa con cuello de encaje, chaquetilla tres cuartos por la cual asomaba una falda llena de volantes. 

Su cabello era largo, oscuro, y lo recogía en dos primorosas trenzas. Era guapa, como todas las niñas pequeñas. Guapa por ser primavera de la vida. 

Aunque ahora aquellas lágrimas convirtieran su rostro en una suerte de espantosa fealdad. 

Franz Kafka permaneció quieto. ¿Qué hacía una niña tan pequeña allí sola? ¿Se había perdido? Si era así, tendría que tomarla de la mano, tranquilizarla, y buscar juntos un guardia para que la acompañara. 

Pero ¿cómo se tranquilizaría la niña si un desconocido le hablaba, la tomaba de la mano y echaba a caminar con ella? ¿Acaso no sería peor? 

No, lo peor sería marcharse, irresponsablemente, y dejarla en mitad del parque. Imprevisibles niños. El llanto era tan y tan dramático... Nunca había visto ni oído llorar a nadie de aquella forma. 

Se resignó, porque muchas veces la vida no dejaba alternativas. Era ella la que marcaba el camino. Así pues, dio el primer paso en dirección a la pequeña, se quitó el sombrero para parecer menos serio, e iluminó su rostro con la mejor de sus sonrisas. 

Probablemente, a pesar de todo, tuviese cara de dolor de estómago, pero eso era irremediable y carecía de importancia. 

Franz Kafka se detuvo delante de la niña. 




–Hola. 

La niña dejó de gritar, pero no de llorar. Levantó la cabeza y se encontró con él. En su desesperada crispación ni siquiera le había visto acercarse. Los ojos eran dos lagos desbordados, y los ríos que fluían de ellos formaban torrentes libres que resbalaban por las mejillas hasta el vacío abierto bajo la barbilla. 

Hizo dos, tres sonoros pucheros antes de responder: 

–Hola. 

–¿Qué te sucede? No lo miró con miedo. Pura inocencia. Cuando la vida florece todo son ventanas y puertas abiertas. En sus ojos más bien había dolor, pena, tristeza, una soterrada emoción que la llevaba a tener la sensibilidad a flor de piel.

–¿Te has perdido? –preguntó Franz Kafka ante su silencio. 

–Yo no. Le sonó extraño. «Yo no». En lugar decir «No» decía «Yo no».

 –¿Dónde vives? La niña señaló de forma imprecisa hacia su izquierda, en dirección a las casas recortadas por entre las copas de los árboles. Eso alivió al atribulado rescatador de niñas llorosas, porque dejaba claro que no estaba perdida. 

–¿Te ha hecho daño alguien? –sabía que no había nadie cerca, pero era una pregunta obligada, y más en aquellos segundos decisivos en los que se estaba ganando su confianza. Ella negó con la cabeza. «Yo no». Estaba claro que quien se había perdido era su hermano pequeño. ¿Cómo permitía una madre responsable, por vigilante o atenta que estuviese, dejar que sus hijos jugaran solos en el parque, aunque fuese uno tan apacible y hermoso como el Steglitz? ¿Y si él fuese un monstruo, un asesino de niñas?

 –Así pues, no te has perdido –quiso dejarlo claro. 

–Yo no, ya se lo he dicho –suspiró la pequeña. 

–¿Quién entonces? 

–Mi muñeca. Las lágrimas, detenidas momentáneamente, reaparecieron en los ojos de su dueña. Recordar a su muñeca volvió a sumirla en la más profunda de las amarguras. 

Franz Kafka intentó evitar que diera aquel paso atrás. –¿Tu muñeca? –repitió estúpidamente. 

–Sí. 

Muñeca o no, hermano o no, eran las lágrimas más sinceras y dolorosas que jamás hubiese visto. Lágrimas de una angustia suprema y una tristeza insondable. 

¿Qué podía hacer ahora? No tenía ni idea. ¿Irse? Estaba atrapado por el invisible círculo de la traumatizada protagonista de la escena. Pero quedarse... ¿Para qué? No sabía cómo hablarle a una niña. 

Y más a una niña que lloraba porque acababa de perder a su muñeca.

 –¿Dónde la has visto por última vez? 

–En aquel banco. 

–¿Tú qué has hecho? 

–Jugaba allí –le señaló una zona en la que había niños jugando. 

–¿Y has estado allí mucho tiempo? 

–No sé. 

Aquellas sin duda eran las preguntas que haría un policía ante un delito, pero ni era un delito ni él un policía. El protagonista del incidente ni siquiera era un adulto. 


Eso le incomodó aún más. La singularidad del hecho lo tenía más y más atrapado. 

Quería irse pero no podía. Aquella niña y el abismo de sus ojos llorosos lo retenían. Una excusa, un «lo siento», bastaría. De vuelta a su hogar. O una recomendación: «Vete a casa, niña». Tan sencillo. 

¿Por qué el dolor infantil es tan poderoso? La situación era real. La relación de una niña con su muñeca es de las más fuertes del universo. 

Una fuerza descomunal movida por una energía tremenda. Y entonces, de pronto, Franz Kafka se quedó frío. 

La solución era tan sencilla... Al menos para su mente de escritor. 

–Espera, espera, ¡qué tonto soy! ¿Cómo se llama tu muñeca? 

–Brígida. 

–¿Brígida? ¡Por supuesto! –soltó una risa de lo más convincente–. ¡Es ella, sí! No recordaba el nombre, ¡perdona! ¡Qué despistado soy a veces! ¡Con tanto trabajo! La niña abrió sus ojos. 

–Tu muñeca no se ha perdido –dijo Franz Kafka alegremente–. 
¡Se ha ido de viaje!"

(...) 


Fuente:
kafka y la muñeca viajera jordi sierra i fabra

LA NIÑEZ

La imagen puede contener: 1 persona, de pie, exterior y texto

domingo, 12 de marzo de 2017

MI CUCHILLO

R-F39B.-Navaja de Sevilla, siglo XIX. Mango combinando asta y latón decorado. Hoja grabada, un costado con la leyenda "Sies ta bibora tepica no ay rremedio enla bo tica". Cierre de ventana. Long. abierta: 50,5 cm; Long. cerrada: 27 cm:

Eche otra güelta e caña de la güeña y pa todos;
Yo pago lo que sea, porque de todos modos
¡De qué me sirviría emborrachar mi penas
Si lo mesmo se sufre con las penas ajenas!

¿Ve este cuchillo? güeño, por caña se lo dejo:

A mi me costó poco: un tajo en el pellejo.
El amor de una china, un rancho, una ilusión
Y unos cuantos puntazos aquí en mi corazón...

Se lo quité peliando mano a mano y de frente

Como pelea todo gaucho medio decente,
A un hijo de la ... Madre que lo largó algún día
Que quiso separarse de tanta porquería.

Pero ¿sabe pulpero?, se me riyó en la cara

Me llevó la chirusa que más me quise en la vida
Y la yunta de güeyes del despecho y los celos
Tironearon mis brazos y así jue la caída...

Pero traje el cuchillo con que él hizo la hazaña

De marcarme pá siempre en mi mismo peyejo
Ya lo vido pulpero?, eche otra güelta e caña
Que si no tengo plata, el cuchillo le dejo...




- Omar Odriozola
La familia Odriozola se instaló en Santa Isabel de Paso de los Toros en el año 1880. 
Omar fue docente de Enseñanza Secundaria, funcionário público y periodista. Falleció en 1962.



sábado, 4 de marzo de 2017

2017: AÑO DEL TURISMO SUSTENTABLE


Niño corta el el pelo igual al amigo para intentar engañar a la maestra

Niño corta el el pelo igual al amigo para intentar engañar a la maestra

Jax e Reddy comemoram na barbearia após o corte de cabelo
Jax e Reddy conmemoram en la peluquería después del corte de pelo Foto: Debbie Weldon/AP

Intentando aplicar una broma en la escuela, un niño de cinco años pidió a su madre que le permitiera cortar el pelo igual al amigo - conforme la mirada del niño, esta sería la única diferencia entre ambos, razón por la cual la maestra ya no podría saber quién era quien, pues no podría diferenciarlos.
La madre publicó la historia en las redes sociales, lo que llamó la atención por un detalle que Jax desconsideró: él es blanco y su amigo Reddy es negro.

La madre contó que a Jax le pareció que sería muy gracioso confundir a la maestra con el mismo corte de pelo, de tal modo que ya no podría diferenciarlos.





"Aquí está una foto de Jax y Reddy en la fiesta de Navidad. Estoy convencida de que todos ustedes pueden percibir la diferencia. Si eso no es una prueba de que el odio y el preconcepto son aprendidos, entonces no sé qué es“, afirma Lydia, mamá de Jax. Reddy y Jax estudian en Kentucky, en Estados Unidos. 




Fuente: http://extra.globo.com/noticias/mundo/menino-corta-cabelo-igual-amigo-para-tentar-enganar-professora-21005862.html?utm_source=Facebook&utm_medium=Social&utm_campaign=Extra